Nosotros los pobres vs. ustedes los ricos
Ricardo Rocha
Esa es la herencia
adelantada de la crisis Iguala-Ayotzinapa.
Ya éramos un país disparejo, polarizado y dividido.
Ahora somos una nación enfrentada entre los muchos que tienen cada vez menos contra los pocos que tienen cada vez más.
La primera verdad es que los 70 millones de pobres son la inmensa mayoría: los indígenas que sobreviven en las serranías de Guerrero, Chiapas, Oaxaca y Veracruz; los habitantes de los cinturones de miseria de Guadalajara, Monterrey, el DF y otras grandes ciudades; los jornaleros esclavos que siembran y cosechan para grandes agricultores; los vendedores ambulantes del gigantesco tianguis nacional; los “cerillos” ancianos del súper; asalariados, taxistas, boleros, tragafuegos, Marías, franeleros, lavacoches, sirvientas, mozos, cocineras, mensajeros; los que limpian oficinas, los que hacen los cuartos en hoteles de lujo o moteles de paso; los que viajan en camión, los que estudian en escuelas de gobierno, los que mientan madres en las manifestaciones y, claro, los estudiantes normalistas de escuelas rurales como Ayotzinapa.
Brincándonos la casi extinta clase media, que representa unos 35 millones, nos quedan menos de 2 millones de mexicanos ricos: entre ellos están todos los que han sido o son presidentes de la República, gobernadores, altos funcionarios públicos, alcaldes, ministros, jueces, senadores, diputados federales y locales; también, por supuesto, quienes han sido directores o subdirectores de dependencias del gobierno; todos los que cotizan o juegan en la bolsa de valores; los empresarios de cualquier tamaño; los dirigentes de partidos políticos; los que viajan en avión; los que comen y beben fino mientras ven a los manifestantes y también les mientan la madre.
Para complementar, algunos datos: según el INEGI, 60% de los mexicanos son pobres, “clase baja”; 40% son de “clase media” y sólo 1.7% ricos, “clase alta”; 54% de niños y jóvenes también son pobres; 50% de los mexicanos que nacieron en pobreza morirán en pobreza.
En cambio, según la firma Wealth Insight de Dallas, México cuenta en la actualidad con 145 mil millonarios y 2 mil 540 multimillonarios de más de mmdd; entre ellos controlan ya el 43% del país, pero muy pronto serán los accionistas mayoritarios. Según la lista de “Forbes” la fortuna acumulada de las 15 familias más ricas equivale al 90% de las reservas del Banco de México de 165 mmdd.
En pocas palabras somos el país más desigual del mundo. A pesar de clasificarnos como la decimocuarta economía del planeta.
Y es que el problema no es de falta de recursos para la gran mayoría sino de una brutal desigualdad en la distribución del ingreso, que además se acentúa cruelmente cada día que pasa.
A ver: yo no tengo la menor duda de que hay muchísimas fortunas legítimas surgidas del talento y del esfuerzo.
Pero también es cierto que muchas otras se han generado en el abuso, la corrupción y la impunidad sin límites.
El caso es que los pocos pero muy poderosos ricos se asientan en una extensa, seca, yerma y cada vez más rabiosa pradera de pobreza.
Que por eso se ha incendiado tan rápidamente con el caso Iguala-Ayotzinapa.
Lo que me sorprende, es que se sorprendan.
Ya éramos un país disparejo, polarizado y dividido.
Ahora somos una nación enfrentada entre los muchos que tienen cada vez menos contra los pocos que tienen cada vez más.
La primera verdad es que los 70 millones de pobres son la inmensa mayoría: los indígenas que sobreviven en las serranías de Guerrero, Chiapas, Oaxaca y Veracruz; los habitantes de los cinturones de miseria de Guadalajara, Monterrey, el DF y otras grandes ciudades; los jornaleros esclavos que siembran y cosechan para grandes agricultores; los vendedores ambulantes del gigantesco tianguis nacional; los “cerillos” ancianos del súper; asalariados, taxistas, boleros, tragafuegos, Marías, franeleros, lavacoches, sirvientas, mozos, cocineras, mensajeros; los que limpian oficinas, los que hacen los cuartos en hoteles de lujo o moteles de paso; los que viajan en camión, los que estudian en escuelas de gobierno, los que mientan madres en las manifestaciones y, claro, los estudiantes normalistas de escuelas rurales como Ayotzinapa.
Brincándonos la casi extinta clase media, que representa unos 35 millones, nos quedan menos de 2 millones de mexicanos ricos: entre ellos están todos los que han sido o son presidentes de la República, gobernadores, altos funcionarios públicos, alcaldes, ministros, jueces, senadores, diputados federales y locales; también, por supuesto, quienes han sido directores o subdirectores de dependencias del gobierno; todos los que cotizan o juegan en la bolsa de valores; los empresarios de cualquier tamaño; los dirigentes de partidos políticos; los que viajan en avión; los que comen y beben fino mientras ven a los manifestantes y también les mientan la madre.
Para complementar, algunos datos: según el INEGI, 60% de los mexicanos son pobres, “clase baja”; 40% son de “clase media” y sólo 1.7% ricos, “clase alta”; 54% de niños y jóvenes también son pobres; 50% de los mexicanos que nacieron en pobreza morirán en pobreza.
En cambio, según la firma Wealth Insight de Dallas, México cuenta en la actualidad con 145 mil millonarios y 2 mil 540 multimillonarios de más de mmdd; entre ellos controlan ya el 43% del país, pero muy pronto serán los accionistas mayoritarios. Según la lista de “Forbes” la fortuna acumulada de las 15 familias más ricas equivale al 90% de las reservas del Banco de México de 165 mmdd.
En pocas palabras somos el país más desigual del mundo. A pesar de clasificarnos como la decimocuarta economía del planeta.
Y es que el problema no es de falta de recursos para la gran mayoría sino de una brutal desigualdad en la distribución del ingreso, que además se acentúa cruelmente cada día que pasa.
A ver: yo no tengo la menor duda de que hay muchísimas fortunas legítimas surgidas del talento y del esfuerzo.
Pero también es cierto que muchas otras se han generado en el abuso, la corrupción y la impunidad sin límites.
El caso es que los pocos pero muy poderosos ricos se asientan en una extensa, seca, yerma y cada vez más rabiosa pradera de pobreza.
Que por eso se ha incendiado tan rápidamente con el caso Iguala-Ayotzinapa.
Lo que me sorprende, es que se sorprendan.